
Card. Angelo Amato
La santidad es la finalidad de la Iglesia. Es más, podríamos decir que la santidad es la finalidad más auténtica del entero camino humano. La santidad es la forma más elevada del humanismo. Porque el santo es el hombre logrado: el hombre cuyo proyecto de vida coincide con el de Dios.
La Iglesia, comunión de fe, esperanza y caridad, testimonia el amor de Dios por el mundo y, en su recorrido, es signo e instrumento de santificación para todos los pueblos. Los santos son aquellos que, de manera clara y comprobable, hacen concreta dicha perspectiva.
La santidad es la forma más elevada del humanismo Ellos son las semillas de novedad esparcidas en los surcos de la historia, personas que han realizado en plenitud la perfección del amor y están por ello en condiciones de iluminar la mente de las mujeres y hombres de todo tiempo, encender de nuevo en ellos la fe, proponer y sostener generosos impulsos para superar la mediocridad paralizadora, renovar en la verdad y en la justicia las relaciones interpersonales, con el fin de que nadie sea marginado y derrotado por la desesperación y el dolor.
Los santos son testigos fieles, constantes y creíbles de un amor que transforma el mundo a la luz del misterio pascual. En los eventos de su vida se reflejan los valores interiores más altos, los sentimientos, los ideales y las elecciones que inspiran y acompañan su existencia y su obra. Por encima de todo, buscan en todas las situaciones la gloria de Dios y una sincera caridad, llena de ternura, hacia el prójimo.
Los santos son testigos fieles, constantes y creíbles de un amor que transforma el mundo a la luz del Misterio Pascual.
Profundamente encarnados en su ambiente y en su época, expresan la idiosincrasia y las cualidades más altas de su pueblo, convirtiéndose prácticamente en su “carné de identidad”, a pesar de que su radio de influencia supere ampliamente los límites geográficos y cronológicos de su existencia terrena. Son los hijos más grandes de una tierra, figuras ejemplares de los mejores talentos de su gente.
Los pueblos de antigua tradición cristiana podrán siempre acudir a la memoria de los santos, como a una fecunda herencia espiritual y cultural, para seguir construyendo su futuro, respondiendo a nuevas exigencias y perspectivas en el pensamiento y en la práctica. Pero también aquellos pueblos que se han implicado recientemente en el beneficioso flujo de la evangelización encontrarán en ellos una “raíz”, una experiencia de anclaje y desarrollo.
Anunciadores y operadores de valores universales, los santos se proponen como mediadores en la construcción de la paz, en la dedicación en favor de la solidaridad y de la asistencia a las personas más necesitadas, en la tutela de la vida en todas sus fases, en la salvaguardia del creado, en la defensa de la conciencia, en la libertad religiosa, criterio y fundamento de todas las libertades.
POR ENCIMA DE TODO, BUSCAN EN TODAS LAS SITUACIONES LA GLORIA DE DIOS Y UNA SINCERA CARIDAD, LLENA DE TERNURA, HACIA EL PRÓJIMO
Son apasionados seguidores de la verdad: es precisa – mente este el valor más profundo de la cultura y los santos son los primeros y más creíbles “animadores culturales”. Nos enseñan un estilo de obediencia a la verdad y un generoso empeño en servicio de una visión de la vida plenamente respetuosa de la dignidad humana.
Extraordinarios promotores de la renovación en la Iglesia y en la sociedad: son muchos los ámbitos en los que, con su ejemplo y su enseñanza, han trazado un camino que puede recorrerse con impulso renovado. También hoy la Iglesia, como siempre en su historia, está llamada a una revisión para poder responder cada vez mejor a las expectativas del Señor.
Fuente: https://opusdei.org/es/article/articulo-losservatore-romano-libro-interce-sion-beato-alvaro-fran-cesco-russo/