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Querido hermano Maximino; queridos sacerdotes; queridos hermanos en Cristo.
Nos reúne en este día el deseo de honrar a Santa María de Guadalupe, “la Madre del verdadero Dios por quien se vive”. Como parte de nuestro tributo, queremos decirte, “señora del cielo”, que has venido a visitarnos como visitaste a tu prima Isabel, en aquel pueblo de las montañas de Judea (Lc 1, 39), que seguiremos construyendo la “casita sagrada” que nos solicitaste, a través de San Juan Diego. Queremos asumir esta encomienda, recuperando la conciencia de ser una Iglesia sinodal, como nos lo ha pedido el Papa Francisco.
Queridos hijos, bien sabemos que la Iglesia, por naturaleza, es sinodal; y es así como debe vivir su misión en el mundo. Esto significa que todos los bautizados: fieles laicos, miembros de la vida consagrada y ministros ordenados, estamos llamados a participar activamente en la misión salvadora de la Iglesia, como lo ha expresado el Concilio Vaticano II (LG 32-33). Sin embargo, vivimos insertos en una sociedad a la que el narcisismo y el hedonismo le han conducido al individualismo, a la apatía, a la indiferencia y al autismo. Somos parte de esta sociedad que ha dejado de ser una comunidad que persigue metas y fines compartidos, y que se ha convertido en un conjunto de individuos que piensan de manera egoísta, y busca únicamente la gratificación de sus intereses y deseos personales. Los individuos narcisistas de esta sociedad nos desentendemos de la interacción social y nos hemos vuelto incapaces de reconocer al otro. Para esta sociedad, sólo existe lo que piensan cada uno, lo que siente, lo que cree; y los demás no existen. Somos una sociedad que ha convertido el placer en el fin de su existencia, y el goce de los sentidos en el objetivo que le da razón de ser a su vida. Una sociedad de autistas atados a pantallas de videojuegos, computadoras o celulares, con falsas apariencias de eterna juventud. No debemos ignorar que formamos parte de esta sociedad donde priva el individualismo de sujetos que terminan en la soledad, que se deshumanizan y que convierten a los demás en cosas u objetos de los que disponen a su antojo. La ausencia del interés por el bien común y el rechazo al uso de la razón, nos ha llevado como sociedad al desencanto y a la apatía; hemos minimizando la importancia del pasado y del futuro, y sólo le damos importancia a una presente demasiado provisional.

Queridos hermanos, conscientes de que somos parte de esta sociedad, es necesario que recobremos nuestra identidad de discípulos de Cristo, y recordemos sus palabras en aquel sermón de la montaña, cuando nos dijo “Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿cómo podrá recobrarlo? Ya no sirve para nada… Ustedes son la luz del mundo… Que brille la luz de ustedes delante de los demás” (Mt 5, 13-15). Hoy más que nunca hace falta nuestro testimonio eclesial de sinodalidad, de caminar juntos, de trabajar unidos, de vivir la comunión, de experimentar la fraternidad. Conviene que nos preguntemos y nos respondamos ¿Cómo podremos realiza hoy este “caminar juntos” en la Iglesia particular de Toluca, para anunciar el Evangelio con nuestras palabras y con nuestro modo de vivir?; ¿qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer como Iglesia sinodal?

Hijos, debemos reconocer que nuestra Iglesia de Toluca ha seguido un “camino” de discernimiento de la voluntad de Dios a partir de la realidad que ha vivido y vive, y ha asumido en distintos momentos una serie de compromisos serios de sinodalidad, para llevar adelante la misión confiada. Son muchos los avances en este “caminar”, y, en justicia, han de ser reconocidos. Sin embargo, son también muchos los desafíos que tenemos en la vivencia de la sinodalidad. A partir del discernimiento evangélico que hemos venido haciendo, es posible descubrir algunos de estos desafíos, y a partir de ellos debemos aceptar la invitación del Espíritu para crecer como Iglesia sinodal.

Con el propósito de obedecer al impulso del Espíritu Santo, exhorto a todos los fieles laicos de esta Iglesia de Toluca, que asuman de manera responsable y sinodal su misión, para trabajar por hacer presente el reinado de Dios en el mundo, ordenándolo conforme a la voluntad del Señor (cf. Exhort. Past. Renueven el espíritu de su mente, n. 73). Los llamo o no dejarse clericalizar.

A los hermanos y hermanas de la vida consagrada, les pido que, sin renunciar a su carisma fundacional, se inserten en la vida de la arquidiócesis y aporten su carisma, como un testimonio de comunión y misión eclesial (cf. Exhort. Past. Renueven el espíritu de su mente, n. 75).

A ustedes, mis queridos sacerdotes, les convoco a renunciar al subjetivismo pastoral y a la falta de comunión con la Iglesia arquidiocesana; no permanezcan indiferentes e insensibles hacia aquellos que se han alejado de la comunidad eclesial (cf. Exhort. Past. Renueven el espíritu de su mente, n. 36). Eviten hacer depender la acción pastoral de su comunidad parroquial sólo del carisma de un grupo de apostolado o un movimiento (cf. Exhort. Past. Renueven el espíritu de su mente, n. 37). Dejen atrás el clericalismo que estorba para que todo el pueblo de Dios asuma la misión confiada por Cristo a su Iglesia, e impide a los laicos ocupar el protagonismo que les corresponde en la nueva evangelización (cf. Exhort. Past. Renueven el espíritu de su mente, n. 39). Procuren vincular la vida de sus comunidades parroquiales con la Iglesia diocesana, nacional, continental y universal, para “caminar juntos” como pertenecientes a la única Iglesia (cf. Exhort. Past. Renueven el espíritu de su mente, n. 65). Implementen nuevos métodos pastorales y dejen que el Espíritu sea quien oriente y acompañe el caminar de la Iglesia (cf. Exhort. Past. Renueven el espíritu de su mente, n. 70); no clericalicen a los fieles laicos, antes bien, propicien que entren en diálogo con el mundo y hagan presente el reinado de Dios en los distintos ámbitos de éste (cf. Exhort. Past. Renueven el espíritu de su mente, n. 73); caminen decididamente hacia una conversión personal, comunitaria y estructural, para que puedan abandonar la actitud funcional religioso–sacramentalista y “caminar juntos” hacia la vivencia de la Iglesia–comunión para la misión evangelizadora (cf. Exhort. Past. Renueven el espíritu de su mente, nn. 102; 201); hagan lo necesario para poder superar las distancias propiciadas por el clericalismo, es decir, vayan más allá de la simple administración, eviten los comportamientos triunfalistas, el centralismo y la autorreferencialidad, para poder estar cerca de todos, de modo especial, de los más vulnerables (cf. Exhort. Past. Renueven el espíritu de su mente, n. 108); renueven las estructuras pastorales, de acuerdo a la evolución de la vida social y siempre en fidelidad a la tradición de la Iglesia, de manera que contribuyan al orden y la disciplina, y faciliten la acción del Espíritu Santo (cf. Carta Past. Sobre la renovación de las estructuras pastorales, n. 2; 4); abandonen la pretensión de seguir viviendo en una Iglesia que busca prestigio, poder y dinero, para que asuman la exigencia de vivir una Iglesia pobre para los pobres, siempre disponible, desde la austeridad, para servir y ser solidaria con los más necesitados (cf. Carta Past. Sobre la renovación de las estructuras pastorales, n. 18).

Queridos hijos, fieles a las mociones del Espíritu Santo, aprendamos todos a trabajar en equipo eclesial, para realizar una praxis pastoral de conjunto, orgánica y en comunión; para que podamos superar el individualismo, el confort, la apatía, la rutina, la mediocridad y el rechazo a la pluralidad de carismas y ministerios (cf. Exhort. Past. Renueven el espíritu de su mente, n. 37); para poder realizar un trabajo pastoral humanizante, participativo y liberador, de manera cercana y solidaria con todas las personas (cf. Exhort. Past. Renueven el espíritu de su mente, nn. 145; 146; 185); para poder vivir la sinodalidad y comunión en una acción pastoral orgánica y transversal, articulada y eficaz (cf. Carta Past. Sobre la formación integral y permanente, la renovación de las estructuras y la evaluación de los procesos pastorales, n. 4); para discernir de manera comunitaria las nuevas realidades que vive el mundo, y hacer fructificar la acción pastoral frente a los fenómenos y tendencias de esta época; para ser una “Iglesia pueblo de Dios”, misionera y evangelizadora, que anuncia y construye la dignidad humana, comprometida con la paz y las causas sociales, y que pone a la familia como columna vertebral dinámica de la acción pastoral (cf. Carta. Past. Sobre la formación integral y permanente, la renovación de las estructuras y la evaluación de los procesos pastorales, n. 4).

Pido al vicario episcopal para la pastoral diocesana, que en comunión con los vicarios episcopales de zona y los decanos, animen, impulsen, acompañen, velen y verifiquen que se enfrentan y se superar estos desafíos, para que obedeciendo las mociones del Espíritu lleguemos a ser una verdadera Iglesia sinodal.

Madre nuestra, Virgen Guadalupana, ponemos en tus manos nuestro caminar sinodal, para realizar en este tiempo la misión que tu Hijo nos confió. Intercede siempre por nosotros y danos tu bendición.

Francisco Javier Chavolla Ramos
Arzobispo de Toluca

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