Hoy celebramos el misterio de esa multitud innumerable de personas de carne y hueso, como cada uno de nosotros, que ya gozan de Dios y siguen en comunión con nosotros desde el cielo. Fiesta que nos transmite alegría y optimismo. Si ellos pudieron, ¿por qué nosotros no?
Los que alcanzaron la santidad son más de los que podemos registrar. La fiesta de Todos los Santos, además de ser una oportunidad para conmemorarlos, debería ser también una llamada a imitarlos: si ellos pudieron ser fieles a Jesús, ¿por qué nosotros no?
La santidad es el destino de la Iglesia. No es la misión de determinadas personas, ni un camino individual, ni un mérito propio. Es el llamado para todos los cristianos, en el que se nos invita a ser como Jesús y a identificarnos con él. Todas las condiciones de vida son caminos de santidad, y por lo tanto todos estamos llamados a ser santos: cumpliendo los mandamientos, aprovechando los sacramentos y la oración, poniendo nuestras virtudes al servicio de los demás y siendo testimonio vivo del amor de Dios en nuestra vida cotidiana.
Nuestros talentos, que son dones de Dios, son las semillas con las que podemos empezar. Los gestos y acciones que hagamos por los demás cada día, van a ir haciendo de nosotros mejores personas, más abiertas y disponibles.
La santidad es un don. Para poder recorrer este camino y vivirlo con alegría, lo único que hay que hacer es dejar actuar a Dios en nuestras vidas y abandonarnos en su amor.
A lo largo de la historia, además de los mártires, hubo muchos hombres y mujeres que, sin dejar de ser lo que eran, llegaron a ser santos. En sus trabajos, en sus familias, entre sus amigos, en cada una de sus obligaciones. Día a día, aceptaron el impulso del Espíritu Santo, tomaron como modelo el amor de Jesús y supieron ponerlo al servicio de los demás. Hay tantas formas de llegar a la santidad como personalidades, vocaciones, virtudes, realidades.
Lo que sí se comparte en todos los casos, es que siempre se llega a ser santo partiendo desde la propia humanidad. Santo fue san Isidro labrador y el humilde fraile san Martín de Porres. Santa fue la exesclava Bakhita y la gran mística santa Teresa de Jesús. Santo fue el monaguillo san Tarsicio y el obispo Monseñor Guízar y Valencia. Camino de la santidad va la niña madrileña Alexia, que murió a los 14 años a causa de un proceso tumoral en la columna vertebral conocido como sarcoma de Ewing y así podemos mencionar a tantos.
Sólo faltamos tú y yo en esta carrera por la santidad. Ya sabemos el camino: las bienaventuranzas. Ya tenemos la gasolinera durante el camino: la Eucaristía. Ya tenemos el cayado donde sostenernos: la cruz. Ya tenemos el taller por si se rompe alguna rueda: la confesión. Y en los momentos de oscuridad o tormenta, ahí está la brújula del evangelio y el faro del magisterio de la Iglesia.
No olvidemos que la santidad es para todos. Lo que pasa es que tenemos muchos interesados en que no seamos santos. El primero es Satanás, luego el mundo cuando no tiene a Dios, y también nosotros mismos cuando nos movemos por intereses personales, por el pecado y por el placer desmedido. Varios santos, como San Francisco de Sales (que celebramos el mes pasado), fueron precisamente predicadores de la santidad al alcance de todos. Los santos también tenían sus defectos, muchos sintieron la pereza, la ira, el miedo, las tentaciones contra la castidad, contra la humildad, y mucho más.
Pero hubo un momento en el que se decidieron a dejar esa vida en la que se agradaban a ellos mismos y pasaron a agradar a Dios. En ese momento la oración pasó a ser como el alimento que diariamente comían; la bondad y caridad para con los demás pasó a ser como el aire que todos los días respiraban; la aceptación de las cruces pasó a ser como la ropa que todos los días vestían. ¡Sólo faltamos tú y yo!
¡Tú puedes ser santo, tú puedes ser santa! No tienes que hacer nada especial, sólo déjate guiar por Dios, búscalo, ámalo, y déjate amar. Vive tu vida normal, pero ofrece todo a Dios. Si duermes, ofrécelo a Dios; si comes, ríes, cantas o trabajas, hazlo con Dios y por él; si eres feliz o tienes dificultades, acércate a él, pues te dará lo que buscas.