Jesús se enfrenta con los líderes religiosos de su tiempo; primero con los sacerdotes y ancianos que cuestionan su autoridad para predicar y hacer milagros. Y luego con los fariseos, quienes le preguntan sobre el tributo y él responde mostrando una moneda: “Dad, pues al César lo que es del César; y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21).
El martes acude al templo por el camino tantas veces recorrido.
Los rostros de los que le acompañan están serios; ya no hay vítores de los que se encuentran alrededor de Jerusalén, ni en la misma ciudad. Los discípulos están tristes porque Jesús les anuncia que dentro de dos días lo matarán. Jesús cumplió hasta el último momento la voluntad de su Padre; quienes nos llamamos cristianos debemos aprender a hacer
lo mismo por encima de todo. No tengamos miedo y digámosle: ¡Señor, tú siempre quieres lo mejor para mí! Quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero mientras quieras.