«No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna» 

Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Lunes 19 de abril de 2021

ESPADA DE DOS FILOS II, n. 62
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

«Que sea tu celo apostólico, sacerdote, el testimonio que exponga tu corazón ávido de verdad y de misericordia, para llevarlas a todos los rincones del mundo».

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

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EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA III DE PASCUA
No trabajen por el alimento que se acaba, sino por el que dura para la vida eterna.
Del santo Evangelio según san Juan: 6, 22-29
Después de la multiplicación de los panes, cuando Jesús dio de comer a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el lago. Al día siguiente, la multitud, que estaba en la otra orilla del lago, se dio cuenta de que allí no había más que una sola barca y de que Jesús no se había embarcado con sus discípulos, sino que éstos habían partido solos. En eso llegaron otras barcas desde Tiberíades al lugar donde la multitud había comido el pan. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm para buscar a Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste acá?”. Jesús les contestó: “Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo ha marcado con su sello”.
Ellos le dijeron: “¿Qué necesitamos para llevar a cabo las obras de Dios?”. Respondió Jesús: “La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado”. Palabra del Señor.

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: habiendo saciado a la multitud con el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, ahora los preparas para el discurso del pan de vida abriéndoles el entendimiento para aceptar y creer en las obras de Dios.
Es un discurso que va a escandalizar a muchos, pero será algo tan importante para la vida de la Iglesia, que necesitas que tus oyentes, y nosotros ahora, estemos abiertos a tu gracia, a la fe, a la confianza en ti.
Ese alimento de vida eterna lo puedes dar tú, porque el Padre te ha marcado con su sello, porque tú eres Dios.
El alimento natural nos da fuerza para realizar las obras de los hombres, y el alimento de vida eterna nos permite realizar las obras de Dios.
¿Cuáles deben ser, Jesús, mis disposiciones, para ser un instrumento eficaz para realizar, con amor, las obras de Dios?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: confía en mí, obedéceme, abandónate en mí, repara mi corazón.
Mi corazón se repara con amor. Actos de amor para reparar el desamor. Yo soy el amor. Recibe mi amor.
Esto quiero de ti: que me ames, hasta dar tu vida por mí, para que yo te dé vida para siempre.
Quiero que te abandones en mí, totalmente, para que me dejes actuar en ti, completamente.
Quiero obrar por ti, contigo, en ti.
Quiero que confíes, que me obedezcas, que te abandones y vivas por mí, conmigo, en mí.
Entonces haré grandes obras de amor, por ti, contigo y en ti, que servirán para reparar mi corazón herido por el desprecio, la tibieza, la indiferencia, el pecado, la traición, el abandono, las faltas de amor de mis amigos, mis más amados, mis sacerdotes.
Es tan grande mi amor por ti, que desborda tu alma de alegría hasta las lágrimas. Lágrimas que son bálsamo para aliviar mis heridas. Lágrimas de fe, de esperanza y de amor, con las que limpias tu corazón.
Cumple mis deseos, permanece unido a mí, acompañando a mi Madre, buscando primero mi bien, que es mi Reino, y son los bienes del cielo.
No trabajes por el alimento que se acaba, sino por el alimento que yo te doy; que sacia, que es eterno, para que puedas llevar a cabo las obras de Dios, por las que muchos creen en mí.
Ese es mi cielo: que los hombres glorifiquen en la tierra a mi Padre, para que los hombres sean glorificados en la gloria eterna de mi Padre en el cielo.
Yo he amado tanto a los hombres, que he unido la tierra con el cielo, para quedarme con ellos. He amado tanto a ustedes, mis amigos, que los he hecho sacerdotes, abandonándome en sus manos, mientras permanezco sentado a la derecha en la gloria de mi Padre, para que ustedes me lleven a los hombres, y todos juntos alaben y glorifiquen a Dios por mí, conmigo, en mí.
Y los he hecho Cristos, como yo, para que amen y sirvan a mi Padre, amándome y sirviéndome a mí, como yo lo he amado y lo he servido a Él, cumpliendo sus mandamientos, obedeciendo, haciendo su voluntad, uniendo mi voluntad a la suya.
Ese es el abandono total: entregar la voluntad confiando en el amado, aceptando hasta la última consecuencia de esa entrega, por ese amor.
Así es como los hombres glorifican a Dios: que cada uno ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las gracias de Dios. Que todo lo hagan en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios sea glorificado en todo por mí, que es al Hijo de Dios a quien corresponde la gloria y el poder, por los siglos de los siglos».

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Madre mía: para realizar las obras de Dios necesitamos su gracia, pero también necesitamos tu ayuda, tu cercanía, tus cuidados de madre.
Yo te pido tu solicitud materna, para fortalecer mi voluntad y servir bien a Dios.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: les mostraré cómo servir a Dios con mi gracia, para glorificarlo, reparando el corazón de mi Hijo, amando, orando, adorando.
Que sus únicos deseos sean cumplir los deseos de Jesucristo, a quien Dios hizo hijo del hombre, un poco inferior a los ángeles, para coronarlo de honor y de gloria, y someterlo todo bajo sus pies, por haber padecido la muerte para bien de todos, haciéndose como los hombres, teniendo el mismo origen, santificando a los hombres; y los llamó hermanos.
Buscar el bien de Cristo es buscar el bien de sus hermanos. El bien de sus hermanos es buscar la perfección de la libertad en el cumplimiento de la virtud, que se alcanza sólo por Él, con Él y en Él.
Acompáñenme hijos, para que sus voluntades sean fortalecidas para perfeccionar sus virtudes, abandonándose en Cristo, para que sea Él quien obre por, con y en ustedes, para que por las obras de Dios que ustedes realizan sean llevados al camino de la perfección todos ustedes, mis hijos sacerdotes, para que sean verdaderos Cristos, para que sirvan a Dios santificando a los hombres.
Yo quiero madres que permanezcan conmigo, a los pies de los hijos, sirviendo a los Cristos, para servir a Dios.
Quiero Cristos que permanezcan postrados a los pies del Cristo que es el Hijo de Dios, para servir a Dios.
Que permanezcan humillándose y entregando la vida en el servicio a Cristo, que dio su vida en la Cruz, para salvar a los hombres, para que participando de sus sufrimientos sean glorificados con Él, y con sus frutos glorifiquen a Dios.
El camino, la verdad y la vida es la Palabra, porque no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Mantengan abierto su corazón, unido al mío, unidos en Cristo».

¡Muéstrate Madre, María!

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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – VOLUNTAD DE CREER
 «El que crea en mí, aunque muera, vivirá» (Jn 11, 25).
Eso dice Jesús.
Y tú ¿crees, sacerdote?
Caminas en el mundo con los pies en la tierra, pero ¿tienes el corazón en el cielo?
¿En dónde está puesto tu tesoro, sacerdote?
¿Cómo es tu fe?
¿Es una fe convencida de seguir a tu Señor, aun con los ojos cerrados?, ¿o es una fe ciega, que no obra porque no ve?
¿Cómo son tus obras, sacerdote?
¿Son obras llenas de misericordia?, ¿o están vacías porque te falta amor, porque te falta fe?
¿En quién está puesta tu confianza, sacerdote?
Tu Señor te revela la verdad, pero en tu voluntad está el creer, y en el creer está el confiar, y el abandono de la voluntad está en la confianza.
La fe se pone a prueba en medio de la tribulación, de la dificultad, de la tentación, del desierto y de la obscuridad del alma; y se supera con las obras que manifiestan el poder de aquel que te ha enviado, sacerdote, porque por tus frutos te reconocerán.
Ten el valor, sacerdote, de exponer tu corazón, para que se vea que tú tienes los mismos sentimientos que Cristo, y actúa con esos mismos sentimientos desde el fondo de tu corazón, transmitiendo el amor de tu Señor en obras, para que des testimonio de su amor por ti, de tu amor por Él, y del amor de ambos compartido por cada una de las almas del pueblo de Dios, para que sea tu deseo convertir esas almas para glorificar a tu Señor, llevando muchas almas a Dios.
Que sea tu celo apostólico, sacerdote, el testimonio que exponga tu corazón ávido de verdad y de misericordia, para llevarlas a todos los rincones del mundo.
No te preocupes de lo que has de comer, ni con qué has de vestirBusca primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se te dará por añadidura, y ocúpate, sacerdote, en servir y en conocer a tu Señor haciendo sus obras.
Cree, sacerdote, en el Evangelio.
Cree que es la Palabra que era en el principio, y que existía y que estaba junto a Dios.
Cree que la Palabra era el Verbo y el Verbo era Dios, y todo se hizo por Él, y sin Él nada se hizo.
En Él estaba la Vida y la Vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no lo recibieron, y el Verbo era la luz verdadera que iluminaba todo hombre, y en el mundo estaba, pero el mundo no la conoció.
Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron, pero a los que lo recibieron y creyeron en Él, los hizo hijos de Dios.
Por eso te envía a ti, sacerdote, para que des testimonio de Él dando testimonio de ti, para que tú, que conoces la verdad, manifiestes esa verdad a los demás y el mundo crea.
Por eso debes creer tú primero, sacerdote, y confiar en aquello que crees, porque esa es la única verdad.
Jesucristo es el único Hijo de Dios, que ha venido a nacer al mundo, para con su muerte darle vida al mundo.
Entonces, debes creer en ti mismo sacerdote, en el poder que Dios te ha dado a través de tu voz y a través de tus manos, con las que haces bajar el pan vivo del cielo: el mismo Cristo muerto en la cruz, resucitado y vivo en cuerpo, en sangre, en alma, en divinidad, en presencia viva, en Eucaristía.
Ese es el testimonio que debes dar, sacerdote.
Ese es el testimonio de la verdad.
No te acostumbres, sacerdote, a tener a Dios entre tus manos.
No te acostumbres a la heredad de tu Padre, ni a la gracia que a través de ti Él derrama en el mundo entero; antes bien, sorpréndete, sacerdote, cada vez, y agradece, porque el que cree no merece, sino uniendo su voluntad a aquel que es el único digno de merecer, porque es el único y tres veces Santo, quien siendo de condición divina se rebajó y se anonadó a sí mismo adquiriendo la naturaleza humana, para con su muerte alcanzar la vida para el mundo.
Cree en el Evangelio, sacerdote, para que tu testimonio sea veraz, para que otros crean por tu palabra, y alcancen la vida eterna.
Tú tienes palabras de vida, sacerdote.

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