
¿Qué significa esperar en tiempos de cuarentena? Significa no solo “pasar el tiempo” hasta que todo esto acabe. Significa ante todo esperar con esperanza. Y, ¿por qué podemos vivir ese tipo de espera? Porque Jesús, con su pasión, ha hecho nuevas todas las cosas.
Voy a ver si me explico. Los cristianos solemos creer que la Resurrección de Jesús fue igual que la resurrección de Lázaro, pero, la Resurrección de Jesús, fue y es, muy distinta.
Las dos partes de la vida de Lázaro (interrumpidas por una muerte que fue una simple suspensión de la vida) fueron idénticas. Ambas terrenales, ambas no trascendidas, ambas llamadas a desembocar en el callejón de la muerte.
Pero la vida de Jesús antes de morir y su vida después de resucitar fueron radicalmente distintas: la primera, abocada a la muerte; la segunda, con la muerte derrotada para siempre. La primera, encadenada al tiempo; la segunda plenamente desencadenada.
En este mundo aún la muerte nos encadena. Nuestras cadenas varían en las medidas. La cadena de algunos tiene, tres, cuatro metros de longitud; la de otros, cuarenta, sesenta, ochenta…
“Pero hace muchos años nuestro hermano Jesús nos enseñó a derribar paredones al remover la piedra de su sepulcro. Gracias a Él podemos cimentar esperanzas a plazo mucho más largo del que aquí dan los bancos. (Aunque quiero precisar, entre paréntesis, que yo no creo en esa Resurrección porque «necesite» esas esperanzas, sino que alimento esas esperanzas simplemente porque esa Resurrección de Jesús es el eje y la raíz de mi alma. Creería en ella, aunque no me «sirviera» para nada)” (Martín Descalzo. Razones para la esperanza).
Por eso nuestra esperanza es aquella que va más allá. Es una que anhela, que desea, que está llena de ilusión porque guarda una promesa.
Pero, pensando en ella, nos damos cuenta que es pequeña. Y, ¿por qué lo es? Porque se renueva cada día. Porque se alimenta cada jornada. Porque no siempre es fuerte como la fe o como el amor:
“Mi pequeña esperanza
es la que se duerme todas las noches,
en su cama de niña, después de rezar sus oraciones,
y la que todas las mañanas se despierta
y se levanta y reza sus oraciones con una mirada nueva.
La fe es un gran árbol, un roble arraigado en el corazón de Francia.
Y bajo las alas de ese árbol, la caridad,
mi hija la caridad ampara todos los infortunios del mundo.
Y mi pequeña esperanza no es nada más
que esa pequeña promesa de brote
que se anuncia justo al principio de abril”
(Charles Péguy. El misterio de los Santos inocentes).
Es cierto, la pequeña esperanza es esa que nos hace levantarnos en las mañanas. Es ese pequeño valor que encontramos para dar inicio a nuestras luchas diarias.
Por eso es pequeña. Se vive un día a la vez y se recibe como don. Es esa palmadita de aliento, que sentimos, que alguien nos regala todos los días.
“Ánimo: es una palabra que, en el Evangelio, está siempre en labios de Jesús. Una sola vez la pronuncian otros, para decir a un necesitado: «Ánimo, levántate, que [Jesús] te llama» (Mc 10,49). Es Él, el Resucitado, el que nos levanta a nosotros que estamos necesitados. Si en el camino eres débil y frágil, si caes, no temas, Dios te tiende la mano y te dice: «Ánimo”. Pero tú podrías decir, como don Abundio: «El valor no se lo puede otorgar uno mismo» (A. Manzoni, Los Novios (I Promessi Sposi), XXV). No te lo puedes dar, pero lo puedes recibir como don. Basta abrir el corazón en la oración, basta levantar un poco esa piedra puesta en la entrada de tu corazón para dejar entrar la luz de Jesús. Basta invitarlo: “Ven, Jesús, en medio de mis miedos, y dime también: ánimo”. Contigo, Señor, seremos probados, pero no turbados. Y, a pesar de la tristeza que podamos albergar, sentiremos que debemos esperar, porque contigo la cruz florece en resurrección, porque Tú estás con nosotros en la oscuridad de nuestras noches, eres certeza en nuestras incertidumbres, Palabra en nuestros silencios, y nada podrá nunca robarnos el amor que nos tienes” (Papa Francisco. Vigilia Pascual 2020).