Jesús manifiesta ante el pueblo y la naturaleza su poderío; primero, realiza la purificación del templo expulsando a los vendedores y dejando muy claro: “Mi casa será llamada casa de oración” (Mt 21, 13). También muestra su poder sobre la naturaleza al maldecir la higuera que no da fruto.

Explica muchas cosas a los suyos, pero, sobre todo, reza. Su alma está en tensión.
Ve, quiere, siente, habla con el Padre, es invadido por el Espíritu Santo que le empuja al sacrificio. Vive un amor intenso y dolorido.

También ayuna, su espíritu no se relaja. El lunes, al encaminarse de nuevo al Templo de Jerusalén, “sintió hambre”, pero en lugar de recurrir a los suyos pidiendo alimento, se dirigió hacia un higuera. Sabe que florecen hacia junio y raramente lo hacen en abril; pero le mueve un deseo intenso de que Israel dé buenos frutos, a pesar de todas las evidencias.

Tiene hambre del amor de su pueblo y de todos los hombres. Pero aquel pueblo es como la higuera que tiene muchas hojas y ningún fruto. Y surge entonces la ira profética cuando se dirige al árbol: “que nunca jamás coma nadie fruto de
ti” (Cfr. Mc 11, 12-14).

Este día meditemos cómo es que necesitamos ser purificados por Jesús y dar fruto sen nuestra vida de fe. Pregúntate: ¿Estoy dando frutos o soy como la higuera.

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