
Reflexión en la Fiesta de la Sagrada Familia
de Jesús, María y José
María Beatriz Arce de Blanco
La promesa de la salvación del pueblo de Dios ha sido cumplida en el seno de una Sagrada Familia, bendecida en el amor trinitario de Dios.
El padre protegiendo y cuidando a la madre y al hijo de Dios que llevaba en su vientre, por obra y gracia del Espíritu Santo.
El padre unido a la madre en comunión espiritual, que es más fuerte que la unión de la carne.
El padre y la madre unidos al Hijo, por el Espíritu, en la voluntad de Dios, para la redención del mundo.
Porque tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.
Y en el Hijo, Dios se hizo hombre; y el Verbo se hizo carne y habitó entre los hombres, haciéndose en todo como los hombres, menos en la corrupción del pecado.
Y lo engendró por el Espíritu Santo en el vientre de una mujer pura e inmaculada, en el seno de una familia; y así le dio una madre y un padre, para enseñarlo a ser hombre, mientras de Él aprendían a conocer a Dios, a servirlo, a amarlo, y a entregar sus vidas a la voluntad divina.
Jesús aprendió a ser hombre, por el ejemplo de un hombre. Y fue cuidado y protegido, custodiado y educado, para vivir y morir en la voluntad del Dios de sus padres, el mismo Dios que lo envió al mundo a cumplir la misión redentora para la salvación de los hombres.
Aprendió a obedecer a Dios, por el ejemplo de un hombre.
Aprendió a conocer la voluntad de Dios, y a cumplir la ley de Dios y no la de los hombres, por el ejemplo de un hombre.
Aprendió a ser Dios y hombre en la virtud perfecta, en la rectitud, en el obrar, en la justicia, en la obediencia, en la castidad, en la pobreza, en el silencio, en la inocencia, obrando con misericordia, por el ejemplo de un hombre.
Aprendió a ser paciente, prudente, responsable, tolerante, perseverante, por la templanza de un hombre.
Aprendió el sacrificio, la mortificación, el servicio y la renuncia a uno mismo, por la entrega de un hombre a su familia.
Aprendió a proteger la integridad de su cuerpo y de su corazón para conservar y preservar la pureza, para ser ofrenda agradable a Dios, por la protección de un hombre.
Aprendió a construir su Cruz, trabajando con sus propias manos, tallando la madera, afilando los clavos, abrazando y cargando con amor esa Cruz para ser crucificado en ella, para entregarse en cuerpo, en sangre y en voluntad, en un único y eterno sacrificio, para la salvación de los hombres, de un hombre: José, su padre terrenal, que era sólo un hombre, pero tenía una gran misión, proteger y custodiar el tesoro más grande de Dios: su único Hijo, y a la Madre del Hijo.
José fue su maestro y su ejemplo. El que quiera ir en pos de Él, que siga ese ejemplo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y lo siga.