
Santo es sinónimo de bienaventurado, dichoso, feliz. La santidad es el don de Dios que colma todas las aspiraciones humanas; es la plenitud de la vida cristiana que consiste en unirse a Cristo, aprendiendo a vivir como hijos de Dios con la gracia del Espíritu Santo y viviendo la perfección de la caridad.
“La santidad, la plenitud de la vida cristiana consiste en unirse a Cristo, en vivir sus misterios, en hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus comportamientos. La santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya. Es ser semejantes a Jesús como afirma san Pablo: «Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo» (Rm 8, 29) (Benedicto XVI, audiencia general, 13 de abril de 2011)”.
¿Quién puede ser santo?
La santidad es una vocación universal, es decir, dirigida a todas las personas. El mismo Dios nos ha dicho: «Sed santos, porque yo soy santo» (1Pe 1,16) y su Hijo nos lo ha recordado: «Sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48).
“Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena” (Lumen Gentium n. 40). Con fieles se refiere a todos los “cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el Pueblo de Dios […] y son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo» (Catecismo de la Iglesia Católican. 871).
El Papa Francisco explica: “todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando, ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales” (Gaudete et Exultate n. 14).
Pero, podríamos preguntarnos: las personas que no están bautizadas, ¿pueden ser santas? Como sabemos, Dios ama a todas sus criaturas y su misericordia llega a todas ellas. Una persona que no ha podido recibir el don de la gracia del bautismo, si vive rectamente en orden a su conciencia y a la caridad, puede alcanzar la unión plena con el amor de Dios por su justicia y su misericordia; pues «Cristo murió por todos y la vocación última del hombre es realmente una sola, es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual» (cfr. Catecismo n.1260). Siendo conscientes al mismo tiempo, que es dentro de la Iglesia donde se encuentran los medios ordinarios y necesarios para la salvación, para la santidad, para llegar al Cielo.
¿Cómo ser santo?
Para ser santo es necesario acoger libre y humildemente la gracia de Dios y cooperar con nuestros esfuerzos para dejarnos transformar por él. No se trata de hacer todo bien, de ser perfecto, alcanzar una meta o unos valores determinados; sino de luchar por vivir cada día más unidos a Dios, de que toda nuestra actividad, nuestros pensamientos, nuestros deseos se ordenen a la caridad que Jesús nos enseñó: «Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37).
Dios nos va guiando para alcanzar la santidad. Seguir Su voluntad, Su camino, requiere de la ayuda de la gracia, ya que el hombre, por sí solo, no puede. Y la gracia se adquiere a través de los sacramentos: el Bautismo, la Eucaristía, la Confirmación, la Confesión… Para vivir el primer mandamiento, el del amor.
La vida del fiel cristiano que quiere alcanzar la santidad tendrá como brújula la caridad, el amor sincero hacia Dios y los demás. Este amor, esta caridad se materializa en la oración (el trato con Dios), en vivir las virtudes (buscando servir al prójimo antes que a uno mismo). “De ahí que la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo” (Lumen Gentium n.42).