
“Éste es mi cuerpo”, “Ésta es mi sangre” (Cfr.Mt 26, 26. 28) con estas palabras el Señor nos entrega el tesoro más grande y hermoso, el de su presencia real y completa bajo la forma del pan y vino. Ir al encuentro del Santísimo Sacramento es mirar de frente a Cristo mismo, y en él a la Trinidad entera.
La festividad de Corpus Christi (Cuerpo de Cristo) toma presencia en la Iglesia gracias a la iniciativa de Santa Juliana de Mont Cornillon, que promovió esta celebración en honor al Cuerpo y Sangre de Cristo presente en la Eucaristía, teniendo su primera celebración en la diócesis de Lieja, Bélgica, en 1246. Años más tarde, un sacerdote que sintió el aguijón de la duda sobre el portento eucarístico, vio cómo la hostia consagrada comenzó a sangrar, este milagro Eucarístico tuvo lugar en Bolsena, Italia, en 1263, y propició que el Papa Urbano IV estableciera la celebración de Corpus Christi el 8 de septiembre de 1264. Es bien sabido en la tradición de la Iglesia, que Santo Tomás de Aquino escribió los textos para la misa, además de
la oración de Pange Lingua.
La costumbre de entonces, era realizar un recorrido con el Santísimo en el interior de los templos, hasta que el Papa Nicolás V, en el año 1447, realiza por primera vez la procesión por las calles de Roma, costumbre que hoy conservamos.
Tener fe, creer en que Cristo está presente en la Sagrada Eucaristía, es lo que mueve el corazón de los fieles a adorarle con todo su ser, ahí vemos de manera palpable cómo la vid infunde vida a sus sarmientos (Cfr. Jn 15), quienes se alimentan en la adoración a su presencia y en la comunión eucarística dan fruto de amor en abundancia.
Hermanos, hoy que podemos sentir la dolorosa prueba de carecer del Celestial Manjar, no dejemos que el corazón caiga en la tristeza, antes bien, con toda nuestra fe acudamos al encuentro de Jesús Sacramentado a través de las múltiples oportunidades que nos ofrecen sacerdotes y miembros de la vida consagrada en las redes sociales.
Con sincero amor y auténtica devoción miremos a Cristo en las pantallas de nuestros dispositivos y unámonos a él en espíritu y verdad, ofreciendo totalmente nuestro pensamiento, palabras y acciones a su adoración, realizando la comunión espiritual con la firme convicción de que Cristo viene a nuestros corazones y nos infunde su amor, perdón y paz, tal como él nos lo prometió, que estaría con nosotros hasta el fin del mundo (Cfr. Mt 28, 16- 20).
El Señor está con nosotros.